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Grandes comilonas y riesgo en la conducción

Atención que vienen las Navidades y con ellas las cenas y comidas de empresa y las familiares, que normalmente traen un riesgo asociado, que no es solamente el de los kilos de más o la subida del colesterol y el ácido úrico.

Somnolencia postprandial es el nombre técnico que recibe el amodorramiento o sueñecito tonto que nos entra tras las grandes comilonas. Esta somnolencia entra en conflicto directo con nuestro papel como conductores, y tradicionalmente se ha atribuido a algo así como una disminución en el aporte de sangre al cerebro, por aquello de que la sangre se destina a atender los órganos del aparato digestivo. Esta disminución del riego arterial al cerebro sería la causa de que nos entre el sueño después de comer de forma excesiva.

Sin embargo, las verdaderas causas de la somnolencia postprandial no se encuentran en esta teórica disminución del riego arterial… porque el riego arterial no disminuye.

Tal y como explican los doctores Kimberly A. Bazaremail, A.Joon Yun, Patrick Y. Lee,

Existe la creencia de que la somnolencia postprandial es causada por la redistribución del flujo sanguíneo cerebral en el mesenterio después de una comida. Esta creencia persiste a pesar de su aparente contradicción con un principio neurofisiológica bien conocido: la perfusión cerebral se mantiene de forma prioritaria en una amplia gama de estados fisiológicos. Por ejemplo, durante el ejercicio cuando se desvía una gran cantidad de la perfusión a los músculos, se mantiene el flujo de sangre al cerebro. Además, la evidencia reciente sugiere que no hay ningún cambio medible del flujo sanguíneo en la arteria carótida común durante los estados postprandiales.

Dicho todo esto, ¿porqué nos entra sueño después de comer?

Que tras la ingesta de comida nos entre somnolencia postprandial, con el consiguiente aumento de riesgo para la conducción, depende de cuestiones más bien hormonales.  De hormonas como la melatonina y de aminoácidos como el triptófano. Es una cuestión de pura química, más que la cuestión física que sugería que por comer se nos cortaba el riego sanguíneo. Y esa química está representada, en el caso que nos ocupa en dos sistemas de nuestro organismo: el sistema parasimpático y el sistema neuroendocrino.

Estos dos sistemas se activan cuando comemos, dependiendo directamente de la cantidad de alimento que ingiramos y con independencia de la composición de los alimentos que ingiramos.  El parasimpático controla las funciones y los actos involuntarios, es el encargado de la producción y el restablecimiento de la energía corporal. Por su parte, el neuroendocrino, para el caso que nos ocupa, se encarga de segregar hormonas.

Después de comer, el sistema parasimpático provoca la entrada del organismo en un estado de relajación, lo que se transmite a los centros de vigilia del cerebro tales como el hipotálamo, dando lugar a un efecto depresor. En cuanto a la segregación de hormonas, especialmente hormonas gastrointestinales, con la ingesta de alimento y glucosa se activa, entre otras, la segregación de colecistoquinina, cuya misión es regular el vaciamiento gástrico, y de  insulina, que provoca un aumento del triptófano en sangre, lo que hace que en el cerebro haya disponible más serotonina y melatonina, neurotransmisores que dan lugar a la somnolencia. Por otra parte, la glucosa que se ingiere inhibe la acción de las orexinas, que son hormonas neuropéptidas excitantes relacionadas con el ansia por la comida… y también con la actividad física del organismo.

Siempre se ha dicho que para evitar este amodorramiento en el coche, es fundamental comer muchas veces y en pocas cantidades. Maticemos un poco esa afirmación tan genérica, ahora que tenemos algo más claro el papel de la glucosa en la somnolencia postprandial. Si ingerimos alimentos con un alto índice glucémico, pasará a la sangre una mayor cantidad de triptófano y por lo tanto será más fácil que nos sintamos medio aletargados.

Ya que hablamos de asuntos hormonales, no está de más hablar de conductoras embarazadas y el riesgo asociado a comer demasiado antes de conducir. En este caso concreto, al comer se libera aún más cantidad de colecistoquinina, lo que se traduce en unas menores concentraciones de somatostatina y, por tanto, una digestión más lenta y una mayor propensión a la somnolencia postprandial.

Dicho lo cual, sólo nos queda recordar que para sufrir un siniestro vial debido al sueño no es necesario dormirse. Antes que eso pueden entrar los microsueños, que son pequeños periodos de tiempo en los que perdemos la conciencia de cuanto nos rodea por un instante que puede durar unos pocos segundos, el tiempo justo para protagonizar una salida de vía, un alcance o una invasión del sentido contrario de la circulación. Por lo tanto, y sabiendo ya que no es una cuestión de riego sanguíneo sino más bien de química pura y dura, vale la pena llenarse un poco menos el estómago antes de conducir y llegar a nuestro destino con ganas de comernos… el mundo.

Asesoramiento | Dr. Josep Serra

Fuente: circulaseguro.com